De el Blog más frío del mundo: Navegando entre la niebla

29 de enero.- Isla Rongé.
64º 40’ 20’’ S, 62º 41’ 15’’ W

Suena el despertador a las cinco y media de la mañana. Hace rato que el sol salió, por lo que no se le puede decir propiamente la madrugada. Sin embargo, el sueño es el mismo. Hoy tenemos que bajar en la Isla Rongé a muestrear los del proyecto PINGUCLIM y el que esto os escribe, por lo que no queda más remedio que levantarse temprano. Cuando salimos para embarcar nos damos cuenta que ha caído una niebla espesa que limita la visibilidad a menos de 50 m. Aunque el mar está como una balsa de aceite nos colocamos los teletubbies y embarcamos en la zodiac. Pronto, el barco deja de divisarse. Navegamos despacio, rodeados de pequeños de pequeños témpanos que aparecen de pronto, brotando entre la niebla. La sensación es de total irrealidad. Tanto a la ida como a la vuelta parece como si estuviéramos alejados de todo, aislados en una burbuja. Navegamos guiándonos por el GPS y, de pronto, la isla surge abrupta delante de nosotros.

Bordeamos el glaciar buscando las zonas donde se ubican las pingüineras y desembarcamos en una playa de guijarros y gruesas rocas redondeadas por la fuerza de las aguas y del hielo. El lugar en el que hemos desembarcado se llama Jorge Point, en la parte norte de la isla. A nuestra derecha, cuando a ratos levanta la niebla, se ve la aguja del Monte Tennant, de unos 740 m de altura, cayendo a pico directamente sobre el mar. Al otro lado de un pequeño canal, se encuentra ya el continente. La playa se encuentra llena de pingüinos papúa y barbijos, fácilmente distinguibles porque los primeros tienen el pico de color anaranjado y los segundos una linea negra sobre el plumaje blanco que les pasa desde la parte de atrás de la cabeza por debajo del pico, como si fuera el barboquejo de un sombrero. También hay una gigantesca vértebra de ballena, casi de mi altura, y varias costillas. Todo ello le confiere a la isla un aire desolado.
Comenzamos a trabajar. Yo con mis líquenes, y mis compañeros Pepa, Carlos y Jesús, ayudados por Nacho, Pepe y José Luis (de la dotación de la BAE Gabriel de Castilla) con sus pingüinos. ¡Menos mál que mis líquenes no se mueven! Desde donde estoy veo a mis compañeros enfundados en sus monos de trabajo, con unas enormes redes de tipo cazamariposas que acechan a los pingüinos que pasan, salen corriendo para cazarlos con la red y los llevan a donde están Pepa, Carlos y Jesús para que les tomen medidas de peso y talla, así como muestras de sangre. Sin embargo, todo tiene su contrapartida. Aunque no hace mucho frío ni tampoco viento pronto se me entumecen las manos y me gotea la nariz. La verdad es que es difícil trabajar cuando pierdes el tacto en las manos. Pero a pesar de todo, es un privilegio poder trabajar aquí. El silencio es absoluto y sólo lo rompen los chillidos de los pingüinos y los págalos, y el fragor del hielo al desplomarse en el vecino glaciar. La sensación es de estar en una tierra pura, primegenia y aún no contaminada por el hombre.

A la búsqueda de líquenes voy recorriendo el contorno y el interior de esta pequeña península de la isla y paso cerca de muchas de las zonas de cría de los pingüinos. El olor es bastante penetrante, pues la colonia es numerosa. Los págalos pasan en vuelo rasante sobre mi cabeza, como si pensaran que soy un competidor que les quiere robar en la despensa, pues son carroñeros depredadores que se alimentan de pingüinos muertos, débiles o pollos desatendidos. Las palomas antárticas les disputan los restos. Los pingüinos van y vienen ocupándose de procurar alimento a sus polluelos que ya están muy crecidos. Ninguno se asusta cuando paso cerca de ellos o parece importarle mi presencia.

Hacemos un alto para comernos los bocadillos sobre las dos de la tarde y seguimos trabajando. A las cuatro hemos terminado y llamamos al barco para que envíe la zodiac. De nuevo nos internamos en la niebla y parece que estemos en medio de la nada. A pesar de que contamos con su localización GPS, se hace difícil encontrar el barco. Al final tenemos que pedirle que haga señales sonoras con la bocina porque la visibilidad es escasa. Cuando escuchamos la señal nos damos cuenta que lo hemos pasado a menos de 100 metros a estribor. No hay ningún riesgo puesto que tanto el tiempo como la previsión eran excelentes y el mar esta como un plato. Si no, no hubiéramos salido. Finalmente llegamos.

Por la tarde nos dirigimos a Bahía Paraíso, donde Eva (del proyecto VOLTEDEC) tiene que colocar un equipo en una estación GPS en la base argentina Almirante Brown y que permitirá elaborar los modelos de desplazamiento tectónico de la zona. La niebla ha levantado y el paisaje es imponente. Avanzamos por un canal entre la Isla de Lemaire y el continente. El agua es un espejo donde se reflejan icebergs y montañas nevadas hasta el punto que uno no sabe quién es el reflejo de quién. Los témpanos tienen colores azulados y turquesa. El aire es tan frío que corta, pero vivifica. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
Un abrazo antártico.
Juan Carlos