CASARSE ¿PARA QUÉ?

A raíz de las noticias aparecidas sobre Marcelo Ríos y María Eugenia Larrain y su bullada ruptura, he escrito una reflexión.

Casarse, ¿para qué?


Nadie duda que la globalización tiene muchas ventajas, pero esto de utilizar los medios para “mandar a buena parte a su señora”, desde Costa Rica y que todo el mundo se entere, es como mucho y, además, me parece que no es de caballero hacerlo, aunque “lo que hizo no tiene perdón” y “no la quiero ver nunca más”.
Como dice un viejo refrán, “la ropa sucia se lava en casa” y aunque se trate de Marcelo Ríos y María Eugenia Larraín, creo que lo sucedido no es más que una pelea matrimonial, como hay muchas cuando dos personas deciden casarse, y mi impresión es que ha faltado madurez para resolverla. Entiendo que por tratarse de dos personajes, los medios de comunicación le han dado una cobertura excesiva que, indudablemente, no favorece la resolución del conflicto en forma civilizada.
Quizás, como dijo el padre de Marcelo Ríos, fue un error el que se hayan casado, lo cual me lleva al tema de fondo.
¿Para qué casarse? ¿Cuándo debe casarse una pareja? ¿Qué compromisos se asumen cuándo se toma esa decisión? ¿Cómo se preparan hoy las personas que deciden dar ese importante paso en su vida?
Si se tienen claro las respuestas a esas interrogantes fundamentales, se evitarían mucho problemas en las relaciones de pareja y sobre todo que no provocarían daños a los hijos que nacieran de estas uniones, quienes “pagan los platos rotos” de las malas decisiones iniciales de los jóvenes y/o adultos involucrados.
Lo importante es tener claro que el amor es lo central y éste es un arte. Por lo tanto requiere conocimiento y esfuerzo.
Ojalá que este incidente, sirva para que muchas parejas reflexionen acerca de lo que quieren construir juntos, de cómo ser felices, formar una familia y contribuir con su ejemplo a mejorar esta sociedad, recordando que para ello es necesario construir sobre roca y no sobre arena.
Finalmente, y volviendo a la anécdota inicial, recuerdo un letrero colocado, desde hace más de 50 años, en la cancha principal de tenis de mi ciudad natal, Punta Arenas, que dice: “Se puede ser caballero sin ser tenista, pero no se puede ser tenista sin ser caballero”.